Editorial

Reunión entre Biden y Xi

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Uno de los factores salientes del escenario internacional de este año ha sido la crecientemente tensionada relación entre Estados Unidos y China, al punto de que algunos analistas hablan de una nueva “Guerra Fría”. Los costos de ello -reales y potenciales- son bien conocidos por ambos países, al igual que por el resto de naciones que, directa o indirectamente se ven afectadas.

De ahí que exista cierta entendible ansiedad por detectar signos de distensión o acercamiento entre las superpotencias, más allá de diferencias estructurales en sus respectivos sistemas, objetivos y estrategias. En este sentido, la reunión de la semana pasada entre los presidentes Joe Biden y Xi Jinping en la antesala de la cumbre APEC en San Francisco -la segunda entre ambos como gobernantes- dio un bienvenido respiro al clima crecientemente tenso de los últimos meses, pero interpretarla como indicio de una “détente” más profunda sería aventurado.

La cordial cita de la semana pasada puede verse como un bienvenido respiro tras un año muy tenso, no como indicio de una ‘détente’ entre las potencias.

La cordial conversación entre los mandatarios parece más bien un ejercicio de diplomacia “táctica” de parte de ambos. Es sabido que China enfrenta complejos desafíos coyunturales y estructurales que restringen su margen de acción: bajo crecimiento, alto desempleo juvenil, crisis inmobiliaria, endeudamiento fiscal, bajo consumo, envejecimiento poblacional, contracción demográfica, y otros. EEUU también enfrenta riesgos en su relación con China -que para ambos es una compleja mezcla de rivalidad y codependencia-, pero en lo inmediato el Presidente Biden necesita margen para priorizar desafíos externos urgentes como la asistencia a Ucrania o la guerra entre Israel y Hamás, además de un año de campaña presidencial que la posible candidatura de Donald Trump vuelve tan difícil como impredecible.

Visto así, los anuncios de Xi y Biden sobre restablecer la comunicación directa entre sus respectivas FFAA, desplegar esfuerzos contra el fentanilo, e iniciar un diálogo sobre los riesgos de la inteligencia artificial representan una suerte de bienvenida “tregua”. Pero que ellos marquen la pauta para replantear la relación bilateral en términos estructuralmente menos competitivos (incluso conflictivos) parece improbable.

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